Sobre el autor

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Puerto Rico (1986). Juris Doctor, Universidad de Puerto Rico. B.A. en Literatura Comparada, Universidad de Puerto Rico, Recinto Universitario de Mayagüez. Entre sus publicaciones destacan: Estoicismo profanado (2007), premiado por PEN Club de Puerto Rico y El imperio de los pájaros, (2011). Es columnista de la Revista Cruce y realiza estudios doctorales en Filosofía y letras en CEAPR. Se ha desempeñado como educador comunitario. Varias noches vagó por las calles de algún punto de la isla ofreciendo condones, jeriguillas limpias y pruebas de VIH.

Sobre mi poesía

“Echevarría Cabán reintroduce en el país una poesía indagatoria cuyo realismo imaginativo se encamina hacia una estética experiencial imaginística como posible paradigma de nuestra literatura más actual”

–Alberto Martínez Márquez


"Indudablemente, la poesía de Abdiel Echevarría es un reto a la normalidad de una conciencia tradicional"

–Rafael Colón Olivieri


martes, junio 12, 2012

Guerrillera



            Cuando llegó a la frontera sintió un vértigo en el estómago. Quiso regresar. Le aterró cruzar aquel breve espacio que dividía su antigua vida de la nueva. La guerra le había quitado todo. El país se había encargado de sembrarle el odio más perfecto y el desprecio más acendrado en las pupilas. ¿Por qué dudaba? El invierno seguía matando gente en las calles. Era hora de partir.
Había viajado millas para poder salir del país. Sabía que la estaban siguiendo. No le iban a perdonar. ¡Traidora! Era lo único que podía escuchar cuando escapaba de la multitud. Ya habían pasado varios años. Extrañaba el calor de su casa que ahora era un recuerdo difuso en su memoria. Sin embargo, recordaba con claridad los besos de su marido y las risas de sus hijos. Nada de eso volvería. A los niños se los llevaron y al marido lo fusilaron.
Apenas tenían diez, ocho y seis años respectivamente. Ya habían pasado quince años sin verlos. Recordó mientras observaba con inquietud unos arbustos estremecerse. Aquella tarde cuando regresó con sus camaradas sólo se encontró con el charco de sangre que llegaba hasta la puerta. Ni un rastro, siquiera habían dejado una amenaza, nada. Simplemente arrasaron con el lugar.
Supo por los vecinos que permanecieron escondidos que habían fusilado a un hombre, estaban seguros que era su marido y a los niños se los llevaron en un camión. Odiaba a la nación y a todos los imaginarios que la dejaron sin nada. Destetaba a Marx y a Engels tanto como odió a los inversionistas americanos con quien tuvo que acostarse mientras servía de espía. Hacía muchos años había perdido contacto con sus compañeros de la resistencia. ¿Habrían muerto? Poco a poco fue perdiendo sus direcciones. Las cartas dejaron de llegar sin explicación alguna. No entendía porque la vida le extendía los años para ser testigo de más horrores.
            Seguía allí parada observando el horizonte. Una punzada en el pecho latía con fuerza. “Los años no pasan en vano” –dijo en voz alta, casi como un susurro. El viento se agarraba de las laderas, como su obstinado cuerpo herrumbroso. Se sentía devastada. Su único logro había sido vivir en fuga constante. Sabía que debía cruzar, que no podía demorarse más allí. Miró hacia atrás y recordó a sus hijos. Nunca supo su paradero. Si sobrevivieron, ahora serían adultos. ¿Qué tipo de vida llevarían? ¿Los habrían matado? La idea hizo que la punzada en el pecho le latiese con más fuerza.
Tres soldados aparecieron de improvisto y le ordenaron que se detuviera. “Ya es hora de acabar con todo esto” –se dijo con la garganta seca. Dio la vuelta para mirar a los ojos a aquellos hombres y sacó su pequeña pistola para abrir fuego. Una punzada comenzó a latir. La sangre corría. Esbozó una sonrisa breve, casi como un relámpago. Del otro lado una parte suya también se desangraba.

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