Sobre el autor

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Puerto Rico (1986). Juris Doctor, Universidad de Puerto Rico. B.A. en Literatura Comparada, Universidad de Puerto Rico, Recinto Universitario de Mayagüez. Entre sus publicaciones destacan: Estoicismo profanado (2007), premiado por PEN Club de Puerto Rico y El imperio de los pájaros, (2011). Es columnista de la Revista Cruce y realiza estudios doctorales en Filosofía y letras en CEAPR. Se ha desempeñado como educador comunitario. Varias noches vagó por las calles de algún punto de la isla ofreciendo condones, jeriguillas limpias y pruebas de VIH.

Sobre mi poesía

“Echevarría Cabán reintroduce en el país una poesía indagatoria cuyo realismo imaginativo se encamina hacia una estética experiencial imaginística como posible paradigma de nuestra literatura más actual”

–Alberto Martínez Márquez


"Indudablemente, la poesía de Abdiel Echevarría es un reto a la normalidad de una conciencia tradicional"

–Rafael Colón Olivieri


miércoles, noviembre 21, 2007

¿Apartheid voluntario?


¿Apartheid voluntario?

A través de conversaciones con amigos/as he escuchado a varios/as que indican que la autodenominación de comunidad, en el caso del movimiento LGBT (Lesbian, Gay, Bisexual, Trasngender) y hay quienes le suman queer y questioning, es una manera de autoexclusión que perjudica el propósito anexionista del movimiento. Me gustaría explorar un poco esta premisa. En primer lugar, cabe aclarar lo siguiente: muchos activistas buscan la inclusión dentro del marco modélico de las relaciones heterosexuales y otros buscan reconstituir ese modelo. Por lo que, el apartheid o la autodenominación de Comunidad LGBT sirven a distintos propósitos. En primera instancia, a la reapropiación de la propio derecho que tenemos de autodenominarnos. En occidente la cultura patriarcal dominante se ha abrogado el derecho de definir a quienes ha marginado sin permitirles apropiarse o auto construirse una identidad propia. Incluso el mismo lenguaje es sexista.


Ante lo expuesto, ya debe haberse aclarado bastante que quien no tiene la oportunidad de definirse y utiliza un lenguaje que lo margina no tiene libertad para autoexcluirse, sino que ya ha sido excluido. Por lo que, el apartheid no es una manera de exclusión voluntaria, mas sí impuesta. Existen notables diferencias con respecto a otras maneras utilizadas para excluir a otros grupos marginados. Por ejemplo, no es una exclusión binaria y explícita como la que sufrieron los negros en Estados Unidos bajo las leyes de segregación hasta el levantamiento del movimiento de derechos civiles en el sesenta. Aunque, por otro lado, sí existen leyes que excluyen las relaciones de parejas del mismo sexo. La diferencia primordial radica en que la manera de aplicar la dinámica excluyente no es la misma, pero sigue formas similares.


Otro aspecto útil que nos provee esta denominación es llevar al espacio público un grupo de individuos/as que han sido ignorados/as y en el peor de los casos acosados/as, por los “grupos dominantes” y utilizo grupos dominantes entre comillas porque estoy harto de concederles tanta atención de orden jerárquico. Su hegemonía pende del hilo que las Moiras pueden cortar en cualquier momento. Es una débil construcción sustentada por opuestos binarios que se anulan precisamente a través de la síntesis de nuevas propuestas. Kant lo hizo cuando lanzó su Crítica a la razón pura en la que aunaba tanto el racionalismo como el empirismo para establecer nuevas pautas en el conocimiento occidental. Igualmente ocurre actualmente con el cuerpo como objeto y sujeto del discurso.


Con esta nueva concepción epistemológica se establecen nuevos vínculos con el ser. La dicotomía entre epistemología y ontología como la expresa Spivak en Can’t the Subaltern Speek, se disocia cuando el subalterno comienza a reconocerse y a integrarse a otros grupos de marginados que aglutinan seres con las mismas preocupaciones y con necesidades similares. En especial, cuando comienzan ha producir su propio discurso. Por lo que, resulta mucho más necesaria la autodenominación colectiva, ya que, disrumpe los miedos y amenazas que el individuo es incapaz de superar por sí solo contra el discurso “dominante” que lo margina. Resulta igualmente en una revisión de los valores que han fracasado a la hora de lanzar un discurso de masas excluyente, como hicieron los ilustrados del siglo de las luces. En que los derechos del individuo sólo era para aquéllos que pudiesen catalogarse como tales. O sea, que ni mujeres, esclavos ni homosexuales entraban dentro de esas consideraciones y ese es el pensamiento que aún en el siglo veintiuno se cuela entre las aulas de las universidades, en los hogares, en las calles y en las iglesias.


Por lo tanto, es sumamente necesaria la constitución de un organismo que reagrupe y que produzca nuevas instancias para repensar el entramado del conocimiento y redirigir la resocialización de nuestros imaginarios colectivos. Si viviésemos en una sociedad justa nunca hubiese habido necesidad ni de Movimientos LGBT, de Derechos civiles ni de Movimientos feministas, pero no es así. Aún vivimos en sociedades que mutan valores tradicionales con los cambios sociales para seguir marginando a quienes nos resistimos. Aún vivimos en una sociedad misógina, homofóbica y xenofóbica. Por lo que, el “apartheid” de autodenominarnos comunidad no es uno voluntario ni tampoco deseable, pero es lo que tenemos al momento.

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