Sobre el autor

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Puerto Rico (1986). Juris Doctor, Universidad de Puerto Rico. B.A. en Literatura Comparada, Universidad de Puerto Rico, Recinto Universitario de Mayagüez. Entre sus publicaciones destacan: Estoicismo profanado (2007), premiado por PEN Club de Puerto Rico y El imperio de los pájaros, (2011). Es columnista de la Revista Cruce y realiza estudios doctorales en Filosofía y letras en CEAPR. Se ha desempeñado como educador comunitario. Varias noches vagó por las calles de algún punto de la isla ofreciendo condones, jeriguillas limpias y pruebas de VIH.

Sobre mi poesía

“Echevarría Cabán reintroduce en el país una poesía indagatoria cuyo realismo imaginativo se encamina hacia una estética experiencial imaginística como posible paradigma de nuestra literatura más actual”

–Alberto Martínez Márquez


"Indudablemente, la poesía de Abdiel Echevarría es un reto a la normalidad de una conciencia tradicional"

–Rafael Colón Olivieri


lunes, junio 11, 2012

Los huecos del lenguaje poético: apología e intersticios entre las defensa de la víctima ante la im-posibilidad de representar la identidad sujeto jurídico


    Cuando Sócrates esgrime las siguientes palabras, según ficcionaliza su discípulo Platón en La apología de Sócrates: “He aquí atenienses, la verdad pura, no os oculto ni disfrazo nada, aun cuando no ignoro qué cuanto digo no hace más que envenenar la llaga; y esto prueba que digo la verdad y que tal es el origen de estas calumnias”,  nos encontramos ante el claro ejemplo de una defensa que es al mismo tiempo una alabanza de las virtudes propias. La defensa siempre busca probar credibilidad frente al carácter mendaz del acusador o el testigo. Es esta defensa -por paradójico que pueda parecer- a través de la palabra, la cual ofrece un espacio de confluencias al sujeto vis a vis el mundo que le rodea. Es asimismo el discurso que parece afianzarse en la poesía de Hoy lanzo el látigo, de Leticia Ruiz. El poema Resisto es prueba de lo que les planteo.  

    La apología eleva a un sitial más alto a quien se defiende frente al juicio del pueblo. En nuestro ordenamiento este juicio es representado por el estado y es cobijado por la presunción de inocencia. El poeta es pues el acusado idóneo para esgrimir la apología. Cuenta con el lenguaje, el conocimiento cultural, es capaz de representarse y puede desestabilizar el instrumento de los acusadores: la palabra. La situación del poeta y en este caso el acusado no pueden deslindarse, todo lo contrario, son justamente las circunstancias idóneas, aunque Platón pueda revolcarse en la tumba, puesto que expulsó a los poetas de la República.

    No obstante, el texto de Ruiz, se enfrenta a otros intersticios del discurso posmoderno que se confunden con los asideros que implican la imposibilidad de representar a la víctima o la imposibilidad de que el acusado/víctima  pueda rehabilitarse del escarnio público aunque pruebe su inocencia. El poeta siempre es el acusado que sirve de chivo expiatorio a la moral social. Al leer el libro surgen muchas preguntas que resultan complejas y de difícil contestación. Por ejemplo, cabe preguntarse ¿cuáles son las denuncias en este texto? ¿Hasta qué punto leer esta poesía nos remite a una apología? ¿la apología de quién o quiénes? ¿Cuáles son los intersticios entre la apología individual y la defensa de las víctimas? ¿Son los acusados víctimas también de una superestructura? Incluso, en este ejercicio de mayéutica, puedo preguntarme a mí mismo como lector y abogado en adiestramiento si soy maniqueo en el manejo de este análisis que abre huecos espaciales tan oscuros. Introducirnos en un túnel como este, apropiándome de la metáfora de Sábato, siempre es un desafío que cuestiona nuestras frágiles normas, cuyo propósito fracasa ante las situaciones límites en que se impone la irracionalidad del sujeto.

     Estas son en definitiva las preguntas que nos fustigan con el látigo del lenguaje. Algunos se preguntarán, ¿cómo el lenguaje poético cuyo propósito para Kant es acercarnos a lo sublime, puede acercarse a la aridez del lenguaje jurídico?  No olvidemos que el hueco que se anega en el pecho de quién pierde la voz a través de la poesía, es el mismo de aquél que aboga por aquéllos silenciados: víctimas y acusados por igual. Recordemos que todo acto de enunciación implica la pérdida de la palabra a través de la publicidad. Esto sin lugar a dudas plantea problemas epistémicos y pragmáticos que ya otros teóricos han esbozado, cualquier reminiscencia con Spivak y los sub-alternos silentes no es pura coincidencia. Es un problema no sólo del derecho sino de la intelectualidad, identificar quién y bajo qué condiciones alguien es legitimado a hablar. La ferocidad que nutre nuestro sistema adversativo, lo atropellado de su estructura procesal, puede equipararse a la ferocidad con la cual los intelectuales se disputan la legitimación para ocupar los espacios de enunciación. Lo digo a sabiendas de la desaprobación que puede provocar esta postura incómoda incluso para mí mismo.  

     Así pues, sabemos que la alteridad se subsume en la invisibilidad de un lenguaje que  se intenta re-escribir en una piel ajena, en un lenguaje y normas a las que advenimos en una constante lucha de clases. Los tribunales nos alejan de nuestra identidad y desarticulan la voz por medio de procedimientos civiles áridos y onerosos. Así resulta para la niña tijereteada en un poema de la colección, cuyo tono infantilizado es una trampa retórica que nos abre la puerta a la fosa común de los condenados. Las tijeras recrean el despertar violento y no consentido a la sexualidad de la pequeña. Nos conduce la lectura a ese lugar en el cuál nos encontramos en ese difícil espacio en que no podemos definir con claridad cuál es nuestra noción del consentimiento. Nuestras nociones sobre la sexualidad se descompensan con mayor facilidad. Nos provoca ira y silencio, pero nunca nos conduce a entender el incesto. Hasta ahí nuestros andamiajes epistemológicos, éticos, morales y jurídicos, fracasan. El poemario se estructura en esta lógica. Yo mismo, debo admitir, que me quedo sin respuestas ante estos hechos. El abuso sexual, como consecuencia, se convierte en respuesta y tropo indiscutible de este texto, perecería que estuviésemos en una sala de familia del tribunal de primera instancia. En algunas ocasiones, cabe señalar que el poemario nos conduce a los tribunales internacionales o a organismos como la ONU en reclamo por los derechos civiles y humanos. Todos ellos, en alguna medida ya anquilosados bajo la erosión de las instituciones que representaban los ideales prometedores de la modernidad. La violencia que intentamos combatir, es la que sin duda legitima a los Estados y a la “sociedad civil” que articulan. Es el asidero que resulta en el fracaso de estos organismos. Cuestiona la validez del Derecho internacional público. Este canto a modo de saudade queda manifiesto en el poema Pueblo duro de Cerviz y en la metáfora la ONU sangra, como los pueblos sangran.

     La poeta en su búsqueda encuentra que la misma moral que da base al sistema jurídico es la que se imbrica en el poder de la religión. La represión de los impulsos busca desplazar el poder sobre quienes no pueden defenderse. Las sospechas que recaen sobre el comportamiento sexual liberal, es la huella de la conducta de quienes inscriben la moralidad social. El pensamiento liberal, bajo sus dos vertientes: capitalista y marxista se encuentra en pugna y busca reconciliarse con la tradición juedo-cristiana dispersa en la moralidad social que parece construir por igual sus asideros. Este desplazamiento dispar del poder democrático es lo que la poeta rastrea en todo el texto.  Su solución parece volver sobre sus pasos y devolvernos deus absconditus el poder de la justicia, por medio de la revelación de la inocencia que es la metonimia que construye con el símbolo de los niños a lo largo de su recorrido. Para los griegos, la tragedia ática implicaba que los crímenes de sangre se pagaban con sangre en busca de la restitución del orden, para los judíos la ley del Talión  sirve a este propósito, para los cristianos la venganza es de dios. En nuestra sociedad que lucha por alcanzar la secularidad en escenarios sumamente inciertos, la venganza es del sistema de justicia. Se ha desplazado al Estado el poder divino en busca precisamente del orden social. Sin embargo, las fugas y los huecos que se emplean en el ejercicio de justicia, según la poeta, nos obligan a repudiarla y volver a idealizar una figura en extremo justa como consuelo final. Así concluye la poeta su poemario. Volvemos al mundo de la ideas platónico, a la ansiada perfección que nos aleja de nuestra materialidad compleja e imperfecta.  El poemario nos recuerda esos los huecos del lenguaje poético, que son reflejo de los huecos en el discurso social. Es una apología que busca insertarse entre los intersticios entre la defensa de las víctimas ante la im-posibilidad de representar la identidad sujeto jurídico, que en vías de conservar el orden de las clases dominantes, cede ante lo procesal y deja al pueblo sin poder. Este es sin duda el fracaso más visceral del Contrato Social.

     Esta intención del libro queda demostrada en su forma estética de fuga y en algunos poemas a través de huecos. El poema Pueblo duro de cerviz es un ejemplo. Este poema también lanza el látigo al sujeto femenino. El pueblo generalmente pensado como un sujeto masculino es aquí representado por genitales duros. La poeta parece entender una desfase entre los ideales y la consecución pragmática de la lucha de los movimientos sociales feministas, cuyos resultados muchas veces reproducen estructuras patriarcales más que reconfigurarlas. Cabe preguntarnos, por ejemplo, ¿cuántas mujeres ocupan posiciones de poder y aún los ambientes de trabajo se sostienen sobre las dinámicas de producción masculinas que excluyen el espacio doméstico y la familiar nuclear que tanto pretenden “proteger” los movimientos conservadores? Los hijos aún son estorbos para el progreso profesional de la mujer. Esa es una de las metonimias que auscultamos en la cerviz dura, que más bien se refiere al pueblo de Israel. En la Biblia, sabemos que muchas veces se representa como la novia de Dios.  

     El poemario se encuentra en pugna interna y en busca de la reconciliación con la tradición judeo-cristiana. Sin embargo, su búsqueda por la libertad fracasa ante la intención del cristianismo de controlar el orden social por medio de su desfasada  moralidad. La cristiandad, como discurso del poder biocapitalista, intenta ofrecer una vía de salvación individual al ente vivo que lo arroja a la negación de su humanidad material, a la mortalidad de la carne y los sentidos. El Estado posmoderno y el capitalismo son remanentes institucionales que han absorbido estas ideas. La voz poética crea su apología personal en las ideologías y prácticas cristianas. Esta es su defensa y posiblemente su codena hacia la cicuta. No nos encontramos en los tiempos de los sacerdotes de la Teología de la liberación que cobró la vida de campesinos y del padre Astulfo Romero. Por igual, los quiebres que propuso el protestantismo de Lutero en el siglo XVI focalizaban la individualidad antropocéntrica, muy a tono con el Ziet Geist del hombre renacentista, pero cedían ante la posibilidad comunal. Oxímoron que el cristianismo no acaba de comprender aún luego de Max Weber.

     Una vez recomendé a la poeta que culminara el texto con el poema En la India y con esta relectura me reafirmo en lo antes dicho. La inquietud que provoca ese poema es un llamado a la acción, decir que los niños son nuestra deuda implica un reclamo múltiple que subvierte las estructuras que nos oprimen. Nuestra deuda no está en el capital de divisas sino en la deuda material y progresista que anida en los ojos de nuestros jóvenes. El peso de la sentencia no debería dejarnos dormir tranquilos. 

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