No temo a la soledad
como temo que los años
se devoren mi silencio.
No temo que el recuerdo se borre
permanentemente
temo que el mito rizome los cuerpos
en una alforja vacía.
No temo a la homofobia
mucho menos a los xenófobos;
-los blancos
se derriten por besar nuestras fisuras-.
No temo a la sombra que me persigue
ni a los cantos simulados
de un orientalismo fracasado,
siempre habrá un kamikaze o un terrorista
que le vuele los sesos
a nuestros falsos inquilinos.
Sin embargo, temo que la renuncia
al contacto
se vuelva una gota sin asfalto
en la frente de mis “amigos” virtuales.
También aún temo
que los huesos se evaporen
a medio camino,
que los vasos estallen en silencio
y termine por desangrarme sin darme cuenta.
Temo que la inutilidad
arribe sin previo aviso
sobre la osamenta del rizoma
y es que nuestros arriesgados
saltos virtuales siempre olerán
al rastro lento de lo inútil.
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