Mario Vargas Llosa siempre me resulta sumamente ácido en sus declaraciones. No sólo ácido sino contradictorio sobre la base de sus fundamentos. En la Revista de El Nuevo Día, esta legendaria figura del Boom, se refiere a una propuesta ante el Congreso de Diputados Español en su artículo “La expulsión de los moriscos”. Este es un gesto de índole simbólico para resarcir moralmente a los herederos de la ignominia provocada por el Estado español sobre la descendencia morisca, luego de su expulsión. Un gesto que, ciertamente nos debería parecer encomiable y extensible a otros grupos sociales atropellados por las ínfulas de progreso de los proyectos modernizadores y totalizadores de los Estados Occidentales. Vargas Llosa menciona en su texto que le parece una decisión desacertada ya que, sus implicaciones más que redimir resultarían en sepultar dichos atropellos. Sin embargo, sus planteamientos -claramente hostiles contra líderes latinoamericanos que han propuesto maneras tangibles para reparar los daños causados por los Estados modernos a estos grupos en América-, terminan por enredar su argumento en contradicción del pensamiento capitalista liberal y la pseudomoralidad ética que plantea a través del choque de disciplinas, la investigación académica y el ejercicio del derecho. Vargas Llosa sigue atrapado en la época de la Guerra fría y la dicotomía entre derechas e izquierdas que hoy día no se enfrentan de la misma manera y las fronteras entre éstas son menos discernibles en algunas circunstancias.
Si bien es cierto que coincido con que los gobiernos en vías de adelantar sus agendas políticas pierden objetividad a la hora de explicar hechos históricos, los avances que la democracia ha propuesto también ofrecen espacio para que instituciones de índole jurídica protejan y diluciden los abusos de los Estados. De lo contrario, ¿para qué están la ONU, el Tribunal de La Haya entre otros organismos internacionales que la democracia misma busca perpetuar para de esa manera fiscalizar sus excesos? Un gobierno democrático no es sinónimo de templanza y buen juicio vis à vis un gobierno totalitario, también se exceden en el ejercicio de su poder. La democracia no es garantía de mesura, Vargas Llosa debe superar su complejo con las izquierdas de una vez. Demonizar la izquierda es un ejercicio de política republicana norteamericana, un truco muy viejo y carente de objetividad. Cierto es que esta propuesta responde a establecer una acción diplomática “políticamente correcta” ante los conflictos entre el mundo árabe y occidente; los cuales no son nuevos, pero actualmente gozan de particular atención internacional. Ante este hecho el razonamiento de Vargas Llosa es válido.
No obstante, me parecen sospechosas las declaraciones del Vargas Llosa cuando indica que las injusticias del pasado no pueden examinarse a la luz de las necesidades del presente. Tal vez éste no sea el deber o la intención del investigador, aunque difiero, pero sin duda ésa no es la misión del Estado que debe mediar conflictos entre sus ciudadanos. ¿Para qué estudiar el pasado sin entender su relación con el presente? Ciertamente, un hombre de su pensamiento, entiende que el desarrollo teleológico abole las diferencias de las clases sociales que no han accedido en igualdad de condiciones al susodicho progreso de la razón instrumental de los Estados modernos. Sin embargo, estudiar a través de cortes transversales la historia, como indicaba Marx, e intentar corregir sus deficiencias es más que necesario. De lo contrario, ¿para qué sirvieron las luchas por los derechos civiles durante todo el siglo XX y qué aún no logran consolidarse por completo? Pedir perdón no erradica los hechos, mas restituye una política de respeto y de avanzada para quienes aún viven bajo los estigmas legados de tales hechos.
Esta práctica tiene mucho más sentido en las sociedades en que el espectáculo y los simbolismos construyen realidades virtuales mucho más convincentes que la realidad misma si lo entendemos a la luz del pensamiento de Jean Baudrillard y Rosa María Rodríguez Magda. Aunque llevarlo a cabo de manera parcializada, como bien indica Vargas Llosa, siempre excluye a grupos que igualmente viven bajo la vejación de los caprichos de la política, la solución no es perpetuar divisiones entre disciplinas. La solución sería más bien que el Estado extienda dichas acciones a todos los grupos que hemos de alguna manera sufrido la represión de los estados modernos con el apoyo de la labor académica.
Asimismo, me parece igualmente contradictorio que un individuo que cree en el liberalismo entienda que el resarcimiento que propuso el presidente de Bolivia por los atropellos contra las comunidades indígenas, a los cuales desarrolladores les siguen arrebatando sus tierras, resulte descabellado. Digamos que el resarcimiento de los daños es la manera en que se repara un daño por medio de pago económico en el estado de derecho de muchas sociedades democráticas. Por lo visto, las dialécticas del capital tienen sus limitaciones para Vargas Llosa.
Aunque para este viejo cascarrabias Evo Morales sea un politicastro demagógico, su administración hizo justicia a grupos excluidos de protección constitucional, que ciertamente otros mandatarios por negligencia inexcusable habían permitido. Éstos escudaron su inacción sobre el prejuicio centenario. Bolivia era una nación indígena gobernada por la oligarquía blanca, en consecuencia era la democracia unos pocos. Independientemente que el Estado español pague una indemnización (justa si lo vemos a la luz del saqueo de las tierras de América, sin embargo este asunto no viene al caso), el cambio de la constitución boliviana fue una acción necesaria que el Estado democráticamente utilizó para resarcir simbólicamente un daño que continúa incidiendo sobre las vidas de las actuales generaciones cuyo simbolismo se materializará en el estado de derecho como una realidad tangible y democrática.
La opinión de Vargas Llosa sólo refleja los vicios de una actitud elitista que perpetúa una absurda escisión entre el estado jurídico y el ámbito académico. Esta actitud hasta el momento, más que contribuir al desarrollo social resulta en su detrimento. La actividad académica hoy día nos parece un ejercicio fútil que carece de la influencia que debería gozar para impulsar el cambio social. Promover tales prácticas sólo me parece inconsecuente sino un boicot innecesario a la propia labor del investigador. A quienes único favorece este planteamiento son sin duda quienes disfrutan de mantener inconmovible el status quo.
Sobre el autor
- Abdiel Echevarría Cabán
- Puerto Rico (1986). Juris Doctor, Universidad de Puerto Rico. B.A. en Literatura Comparada, Universidad de Puerto Rico, Recinto Universitario de Mayagüez. Entre sus publicaciones destacan: Estoicismo profanado (2007), premiado por PEN Club de Puerto Rico y El imperio de los pájaros, (2011). Es columnista de la Revista Cruce y realiza estudios doctorales en Filosofía y letras en CEAPR. Se ha desempeñado como educador comunitario. Varias noches vagó por las calles de algún punto de la isla ofreciendo condones, jeriguillas limpias y pruebas de VIH.
Sobre mi poesía
“Echevarría Cabán reintroduce en el país una poesía indagatoria cuyo realismo imaginativo se encamina hacia una estética experiencial imaginística como posible paradigma de nuestra literatura más actual”
–Alberto Martínez Márquez
"Indudablemente, la poesía de Abdiel Echevarría es un reto a la normalidad de una conciencia tradicional"
–Rafael Colón Olivieri
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