Así, entre la pólvora se escucha el chasquido de tus pasos,
y no es que te olvide en la honda miseria
de una bolsa de papel desgajada por las alcantarillas.
No, no es eso.
Es que tu piel huele a pólvora
cuando me encuentro justo sobre tus muslos,
y allí no hay residuo ninguno que el tiempo transcurra
sin verter sobre las aguas sus contaminantes.
No hay prueba, no hay registro,
siquiera los rastros brillantes de saliva
que dejo sobre tu cuello,
siempre terminan evaporándose como los besos,
porque la boca es una vagina con alas…
Nunca antes la ausencia había calado hasta el hueso
y la peste a pólvora ahí, en ese hueco
es un perfume inexacto.
Es la nueva marca del carimbo
y apesta, como apestan las alcantarillas,
y se oscurece, opalescente, como los focos de las calles.
Dicen que el nacimiento viene cifrado para su muerte,
que los cromosomas pueden ser mejores adivinos
y quisiera leerlos.
Aprender cómo se escribe ese lenguaje
que antecedió el
nomadismo de la lengua sobre la piel,
pero hay soles que ciegan,
dinamita en espera,
y todo un arsenal
que permanece sepulto
bajo escombros…
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