El sistema de educación es una empresa con un sistema de supervisión copiado de las industrias de manufactura
Recién acabo de leer la entrevista que le hicieran al secretario de educación Rafael Aragunde en El Nuevo Día y no deja de ser sospechoso el uso del lenguaje de este académico: “Siempre he insistido en proyectar al Departamento como una empresa cuya atención especial es educar, es la academia. En ese sentido, he insistido en una cultura de estudio.” La posición del secretario resulta contradictoria si estudiamos a fondo las premisas implícitas. El análisis del discurso es una herramienta útil para entenderlo. No deja de taladrarme en los oídos que el secretario diga que ¿el Departamento de Educación es una empresa? Si lo es, el fin de una empresa es obtener ganancias, no promover una educación óptima. Tampoco debe sorprendernos que la respuesta de las uniones sindicales sea atender con carácter de urgencia el salario, estamos ante una empresa, no ante una división del Estado. ¿O acaso el Estado es parte de una serie de empresas a nivel insular y el Departamento de Educación una gigantesca división que se encarga de satisfacer las necesidades del clientelismo partidista? Todos sabemos que la transparecia no es parte de la política pública de nuestro gobierno, por ello, el nombramiento de Gloria Baquero fue rechazado por la legislatura hace tres años. Una mujer que perdió su nominación a la secretaría, ya que amenazó con derrumbar esta práctica antiética.
Otro comentario que me deja de una sola pieza es cómo esta "empresa" se encarga de llenar puestos gerenciales y administrativos para satisfacer la lealtad de individuos a los partidos, los cuales siquiera son evaluados de manera objetiva y engordan la nómina puesto que los partidos tienen que pagar sus cuotas de promoción debido al clientelismo. Si el secretario no tiene el poder de desvincular el Departamento de Educación de los asuntos político-partidistas, ¿quién lo tendrá entonces? Cualquier esfuerzo que se lleve a cabo que no detenga esta epidemia, jamás podrá detener el avance del virus de la corrupción del sistema.
Por igual, no deja de sorprenderme la respuesta del secretario en cuanto al gasto personal en que incurren los maestros en materiales para sus salones y el tiempo que mal gastan en el trabajo administrativo que tienen que realizar. El secretario las justifica y naturaliza ya que son realidades a nivel mundial.
Incrementar la tecnología, en efecto, agiliza varios procesos, pero no sustituye a los directivos del departamento ni responde a la falta de recursos obvia de la institución, o en palabras de Aragunde, "la empresa de la academia". La única reforma tangible en todo este asunto es la hiper-tecnologización de estos tiempos, que emplea la optimización de nuestra razón instrumental y no el verdadero sentido de justicia y mejoramiento de los individuos de la “empresa de la educación.” Aquí no hay nada del proyecto moderno e ilustrado en busca de mejorar la calidad educativa de los ciudadanos de la república, que debería ser la prioridad; el sistema de educación es una empresa con un sistema de supervisión copiado de las industrias de manufactura, hasta este límite llega la modernidad en el asunto, mera industrialización, como si esto fuera parte del frustrado proyecto muñocista “Manos a la obra”. Sólo me pregunto ¿quién responde por la falta de recursos, el déficit de maestros con los que inicia generalmente el semestre escolar, plazas congeladas, clientelismo departamental y un currículo obsoleto. Sospecho que la respuesta del secretario se inclina infinitesimalmente hacia la necesidad de implementar una mega reforma: el ponchador.
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