A veces pienso que nos tomamos muy a la ligera
la homofobia internalizada. No miramos sus matices, su multiplicación cancerosa
que irradia pomposamente su metástasis. Observo,
a esos hombres circunspectos, pelo en pecho, a veces no tienen pelo en pecho,
pero se han quedado con la actitud (que es lo mismo), burlarse de los hombres
que se clavan, cosificándolos tal cual haría un hombre heterosexual machista. Me
pregunto en que orificio meterían sus genitales sin existieran anos y vaginas. Sí,
sé que puede parecerle absurdo: ¿Un maricón machista?, pues, pa’ joder, así es.
¿Y cómo ocurre esto?
Gayle Rubin, una
arriesgada antropóloga estadounidense, ha estratificado las prácticas sexuales
de manera que, mientras más cercano al modelo del hombre heterosexual, blanco y
rico se encuentre dicha práctica, menos resistencia social encuentra. ¿Quién
quiere ser blanco de ataques? Bueno, la respuesta más lógica sería nadie. La
manera más sencilla de evitarlo es mantener la doble vida, revestirse de esa
construcción social que no resulta sospechosa, de esa hombría macharrana. Ahora
bien, hay algo en la indulgencia y en la impunidad que destilan los bikinis de
ex senadores que me perturba mucho. He llegado incluso escuchar un llamado al
¿perdón? y a que permitan ser feliz al ex senador.
¿Perdón, digo yo?
¿Pero he escuchado bien? ¿Ahora, tras aguantar la homofobia y los efectos de la
homofobia internalizada, tenemos que asumir indulgentes y austeros el cinismo
del perdón? ¿Acaso, es que el ciclo de violencia doméstica ha adquirido
dimensiones de inconsciente colectivo? Es decir, quieren que nos convirtamos en
las esposas de ciertos políticos estadounidenses que se mantienen fieles al marido
infiel, de pie, incólumes, dignas en la conferencia de prensa en la que su
esposo anuncia su renuncia al cargo público por su comportamiento indecoroso.
¿Tenemos que sublimarnos en la escala de honra mancillada? ¿Tenemos que
demostrar a toda costa que somos mejores seres humanos o superiores moralmente?
¿Bajo qué concepto de moral, el heteronormativo judeo-cristiano, al cual no
deseo adscribirme? Carl Jung tendría mucho material con este fenómeno, no lo
dudo.
Quizás, yo no sea
tan magnánimo después de todo. Tal vez no tengo tan buen corazón. O quizás, y
me inclino a pensar que, soy de los que exigen respeto y no aceptan menos. Las extravagancias del ex senador, que hoy afirma
libremente su homosexualidad, son como una bofetada ante la impunidad que destilan,
toda vez que recordamos que aun cuando tuvo el poder en sus manos perpetuó el
discrimen contra las comunidades LGBTQTI.
Aprovecho, también en esta descarga
para decir, que no todos los homosexuales son la caricatura que plantea
Arango en su bikini o Ricky Martin en Glee, a los cuales el discrimen parece no
afectar su vida.
Recientemente una
compañera me contó de suceso alarmante, que deseo compartir. Una joven,
aparentemente de facciones “masculinas” fue rodeada por sus compañeros de
clase. Todos y todas gritaban: “Miren, un nene vestido de nena”. Sus compañeros la rodearon y sin permitirle
escape abarrotándola de insultos, como si reviviésemos un acto de circo.
Ciertamente, este suceso produjo una debacle emocional en la joven, la cual no
quiere volver a la escuela. Esta ansiedad que provoca la desestabilización de
nuestras nociones de género puede provocar esta ola de violencia deleznable. Esta diferenciación que busca exiliar a los
sujetos que, no se ajustan a los parámetros heteronormativos de la vida
cotidiana, es lo que ha permitido el ex senador que ahora se exhibe felizmente
por las playas y en bikini. Y no es que esté en contra de que sea feliz, es que
su descaro no hace más que acentuar su infamia ya que la realidad económica de
otros homosexuales, lesbianas y transexuales, no permite la movilidad que le garantiza cierta impunidad al ex senador.
Ahora, resulta
que es una gran diva, una celebridad del más exuberante gusto. Los medios lo
siguen con un culto nefasto, mientras ignoran la debacle de cientos de
transexuales que son detenidas y vejadas en los cuarteles de la policía,
mientras jóvenes temen en la escuela ataques de bullying, hombres gay son
golpeados en las calles, parejas del mismo sexo quedan excluidas de órdenes de
protecciones y se plantea que eliminen del Código Penal los crímenes de odio.
Esa indefensión, a la que someten a la comunidad LGBT, es la realidad de la
mayoría de nosotros los homosexuales, las lesbianas y las/los transexuales. No
lo son las caderas seductoras de Ricky Martin o las visitas a lo Beyonce de
Arango a Miami.
Ante su
complicidad con el poder opresor heteronormativo, las acciones de Arango deberían
ser marco de alguna ilegalidad, pero no es así. Él ha defendido el status quo a
capa y espada y por lo tanto, entiendo que debe sentirse merecedor de su
recompensa, ganarse su pequeño virreino, como en los tiempos feudales. Él ha custodiado la moral del estado desde el
afuera, como buen servidor público. La narrativa o el discurso del orden
estatal, no es uno que lo implique a él porque su clase social le ha provisto
movilidad personal y al partido le proveyó donaciones, liquidez económica y ha
reciclado la imagen de los sujetos que ocupan el poder. Estas son las garantías indispensables para
que la partidocracia funcione.
A esta visión, no
puedo sino atribuirle esa metáfora del cáncer de la cual Susan Sontag se
apropió en otro contexto. El cáncer y su desplazamiento geográfico, ocupa al
cuerpo, desplaza la continuidad de la
vida y acumula la atención médica. Este desplazamiento de lo que significa ser
homosexual, más allá la idea de belleza, espectáculo, culto al cuerpo, excesos
de consumo, es en lo que nos convierte este manejo de Arango o Ricky a través
de los medios.
Las metáforas
sirven de significantes, emblemas, en este caso, la metáfora que se adhiere al
bikini de Arango, hay que extirparla, porque como todo cáncer, hay que evitar
que alcance su más alto grado de metástasis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario