San Juan es neón
en que fluyen esclavitudes que se nutren de libertades,
sumergidas en una corriente,
punta de eslora.
Se derriten de poco a poco,
como nuestra absurda concepción del tiempo,
-inmanente cristal que despunta lanzas hasta el aguacero-
Hay muchos cuerpos en los cuales se puede pasar la noche,
son las cuerdas que atan el infinito,
gastado a la velocidad de la luz;
y después que pasa queda el verdadero polvo,
escondido en las rendijas donde nunca se limpia,
queda el sopor de una noche detenida
y decimos que es la hostia, la noche que te bebe y que te duerme
y la ciudad lo sabe, se junta de caricias y almidones,
plumas que laceran los filos de los edificios
y los ojos se venden seda por satín,
las calles gimen la locura de estar solas
y los pasos suenan huecos, siempre huecos;
los túneles de la ciudad, sus respiraderos, son pulmones
infestados de epidemias, todas acuarteladas como mierda
en las letrinas del pasado, las indignas, las cafres, las letrinas.
Esta isla que no puede sino envolverse en su propio peso,
sabe que la ciudad le ha borrado el rostro.
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