Lo intraducible de la experiencia

A Marta Jazmín

Me he negado a mí mismo

como me ha negado mi tiempo.

Suelo sentarme todas las tardes

tras la puerta tapiada del olvido,

observo sin sorpresa el vacío.

Mi diagnóstico dice

que soy incapaz de comprender

la incomodidad que se cuela

por mis venas a cada instante,

estoy de acuerdo.

Intento destilar los sedimentos de la duda,

incapaz de filtrarlos,

saltan suicidas.

Mis neuronas, por raro que parezca,

no se emborrachan en las noches.

Amanecen abnegadas huelguistas

frente a la línea de piquete

y ya nadie las domina.

Soy un rompecabezas con los bordes mellados

incapaz de fijarme sobre superficie alguna.

En las profundidades inconexas tampoco

hallo una chispa que consuele,

por su densidad, siempre se corre el riesgo

de quedarse perdido entre tanta alga,

o que un calamar gigante, manche son su tinta y borre el rostro.

Soy un síndrome de latencia,

el paréntesis inalámbrico del desconcierto.

(………………………………………………….

……………………..) Nostalgio los aromas con compulsiones

que se alejan de lo irracional.

A veces la piel se me eriza y pienso en los erizos

que se acumulan en los nervios de una pierna dormida.

El fuego naufraga cuando intenta quemarme,

soy demasiada agua para mi sorpresa.

Finjo ternura, como Dios la finge conmigo

y adoro lo histriónico y trágico que envuelve el simulacro.

Estar consiente de la falsedad no anula la tragedia,

pero confío en que una duda pueda salvarme.

Simulo una vida trágica y la tragedia se burla porque es cierto.

Sin embargo, sigue ahí detenida,

entre el tráfico, sigilosa corriente a la espera.

Me asusta tanto, como confesarle a mi madre que me gustan los hombres.

¿Algo de cierto debe haber en todo esto?

Y sé que puedo tener agencia, lo que no sé es cómo.

En las noches, simplemente recuerdo,

lo intraducible de la experiencia.

Pintura de José Balmes "Pan territorio"