Pensé que había escuchado tu latido encendido
en medio del fuego que me abrazaba en las horas
de la noche, pensé que estuviste en medio de ese
fuego barriendo los espasmos que se anudaban lento
en la hoguera.
Pensé que los cables de la memoria se iban cosiendo en la sangre, líquida
solidez de miembros desmembrados.
Pensé que las colosiones restauraban los sonidos
y que el rumor del eco invadía tu vientre baleado.
Pensé en la verdad y mentí tantas veces sobre el falo de tu gloria.
Y volví a pensar ¿acaso los sonidos juntan colisiones? ¿cuántas hogueras se apagan
antes de arder? ¿ardimos y fuimos cenizas antes de que el fuego lamiera
con sus puñales de acero mi vientre?
Pensé que los deportivos no se estacionaban en las calles de los recidenciales
y que nunca la ruina era evidente espejo de golondrinas suicidas.
Pensé que el silencio era útil para sentir el propio cuerpo fuera del bullicio externo.
Pensé miles de estupideces ¿cómo salvar al mundo de barrer los átomos del universo?
¿Cuánto más pensé en ese rincón de polvo?
Te vi caer en silencio sin más que un tiro en la cabeza
y la sangre enegrecida de esporas iba tejiendo
un tráfico incesante de alucinógenos de todo tipo.
Pensé que le daría nueva forma al mundo en un rincón sin sentido.
Pensé que los cementerios eran hogar para los muertos
descubrí que es ahí donde menos se encuentran.
Pensé y pensé y pensé y perdí todo mi tiempo...
¡Arde ya una miseria de humanos vomitando cuerpos, religiones, esporas...!
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