Y se vieron enfrentados sus reflejos
Y se vieron enfrentados sus reflejos delante el espejo desubicados de tiempo y espacio. Él era ella y ella era él. Fraguados como una espada, filo y anverso eran ambos. Cuando él desvestía su pecho se veían grabadas las letras de la luna que no era luna era sol y en el de ella ese carimbo ardiente de sol no era sol era luna. Poco a poco se fueron fundiendo tras las cortinas que cubrían el reflejo, siempre delante al espejo, pero detrás. Una nube de ceniza cubrió la escena, la vistió con harapos y la ceniza, rosa negra, calaba con sus pétalos la locura que los separaba y los unía. Allí estaban recortando a tijerazo limpio las venas que se volvían a cerrar. Esos canales que los inyectaban de arritmias eran reflejo de otro tiempo grabado en la sangre. Cuando él bajaba por su cintura no había temor de despintar la tez, más bien era ese deseo de pigmentar con la ceniza ese aspecto inhumano que tiene el carbón. Pasaban lentas las horas, nacían, vivían, morían y resucitaban más jóvenes, pero viejas sobre el mantel que parecía levitar con los cuerpos cabalgados. Había unas siluetas difusas que entretejían formas como morfemas que arden en cada palabra. Él y ella son fuerzas que se descubren.
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Ya en el balcón las cenizas habían cesado, se respiraba la nostalgia del tiempo cuando gime solitario en la penumbra del exilio. Ellos que no estaban solos, eran muchos juntos, todo lo que los habitaba estaba dispuesto y servido. Los senos erguidos como falos y el falo de él también erguido, todo desnudo y en perfecta sincronía, todo exacerbado. Ella lo acariciaba lento en la espalda, serena, con calma, como si ya el tiempo se hubiese detenido y allí podrían envejecer, morir y resucitar palpitando sístole y diástole de dos cuerpos cuantificados por la memoria de dos, que eran sólo una. Ése es el enigma. Y una sombra iluminada desde adentro era la encarnación adónica del perfecto perro que levanta el hocico ladra y luego corre con el rabo metido entre las patas.
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Ambos lo sabían, sabían que era falso. No se podía retener por más tiempo el embrujo. Él ya no la podía poseer y ella tampoco a él. Sabían que no estaba bien. Ambos compartían más que sonrisas cuando caminaban por las calles, por los callejones, por las aceras, por los parques. Ella lo notaba, ambos compartían un mismo objeto de deseo, efímero y sublime, tan parecido a un acta de nacimiento para alguien que no ha nacido.
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Del balcón retornaron al cuarto, abierto y expuesto a la mirada desde afuera, que no es interna, que trataba de internarse y con ello evidenciaba sus figuras. Desde afuera se hacían notar gracias a la luz del bombillo que palpitaba también como alocadas y furiosas luces de una discoteca y de esa forma tan sublime se cabalgaron nuevamente los cuerpos. Se movía otra silueta desde lejos, el reflejo y se enfrentaron de nuevo frente al cristal. Pero esa silueta imprecisa sabía que todos estaban unidos a él y se introducía en ambos. Lo andrógino cobra formas desconocidas. Ellos no estaban solos.
Y se vieron enfrentados sus reflejos delante el espejo desubicados de tiempo y espacio. Él era ella y ella era él. Fraguados como una espada, filo y anverso eran ambos. Cuando él desvestía su pecho se veían grabadas las letras de la luna que no era luna era sol y en el de ella ese carimbo ardiente de sol no era sol era luna. Poco a poco se fueron fundiendo tras las cortinas que cubrían el reflejo, siempre delante al espejo, pero detrás. Una nube de ceniza cubrió la escena, la vistió con harapos y la ceniza, rosa negra, calaba con sus pétalos la locura que los separaba y los unía. Allí estaban recortando a tijerazo limpio las venas que se volvían a cerrar. Esos canales que los inyectaban de arritmias eran reflejo de otro tiempo grabado en la sangre. Cuando él bajaba por su cintura no había temor de despintar la tez, más bien era ese deseo de pigmentar con la ceniza ese aspecto inhumano que tiene el carbón. Pasaban lentas las horas, nacían, vivían, morían y resucitaban más jóvenes, pero viejas sobre el mantel que parecía levitar con los cuerpos cabalgados. Había unas siluetas difusas que entretejían formas como morfemas que arden en cada palabra. Él y ella son fuerzas que se descubren.
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Ya en el balcón las cenizas habían cesado, se respiraba la nostalgia del tiempo cuando gime solitario en la penumbra del exilio. Ellos que no estaban solos, eran muchos juntos, todo lo que los habitaba estaba dispuesto y servido. Los senos erguidos como falos y el falo de él también erguido, todo desnudo y en perfecta sincronía, todo exacerbado. Ella lo acariciaba lento en la espalda, serena, con calma, como si ya el tiempo se hubiese detenido y allí podrían envejecer, morir y resucitar palpitando sístole y diástole de dos cuerpos cuantificados por la memoria de dos, que eran sólo una. Ése es el enigma. Y una sombra iluminada desde adentro era la encarnación adónica del perfecto perro que levanta el hocico ladra y luego corre con el rabo metido entre las patas.
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Ambos lo sabían, sabían que era falso. No se podía retener por más tiempo el embrujo. Él ya no la podía poseer y ella tampoco a él. Sabían que no estaba bien. Ambos compartían más que sonrisas cuando caminaban por las calles, por los callejones, por las aceras, por los parques. Ella lo notaba, ambos compartían un mismo objeto de deseo, efímero y sublime, tan parecido a un acta de nacimiento para alguien que no ha nacido.
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Del balcón retornaron al cuarto, abierto y expuesto a la mirada desde afuera, que no es interna, que trataba de internarse y con ello evidenciaba sus figuras. Desde afuera se hacían notar gracias a la luz del bombillo que palpitaba también como alocadas y furiosas luces de una discoteca y de esa forma tan sublime se cabalgaron nuevamente los cuerpos. Se movía otra silueta desde lejos, el reflejo y se enfrentaron de nuevo frente al cristal. Pero esa silueta imprecisa sabía que todos estaban unidos a él y se introducía en ambos. Lo andrógino cobra formas desconocidas. Ellos no estaban solos.
3 comentarios:
Interesantes apuntes Manuel, reconozco que no había leído sobre el concepto, sin embargo, me parece que ese mito de la androginía se diriegue presisamente a ello; anular esas concepciones de las que me hablas. Creo que va mucho más lejos por que no crea distinciones entre los sexos, los unifica, más allá de la dualidad o la tercería. La intención de la tercería creo que es, desde ese tercer ojo reconocer lo absurdo de las denominaciones de género. La sexualidad más que proveer una identidad al individuo es la construcción y el andamiaje que orquestan los disctadores del canon. Por otra parte, tendríamos que preguntarnos: ¿qué es lo femenino y qué es lo masculino? y ésas mi querido amigo son preguntas que aún levitan sin respuesta.
había una luna nueva esperando por tu mirada.
Me gustó mucho tu blog, gracias por tu paso, te esperaré de vuelta. Y sin duda vuelvo por aqui. Saludos!
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